Precisamente uno de los aspectos menos conocidos del líder de la Falange es el respeto y hasta admiración que despertaba entre las izquierdas. Las que compartieron tiempo y país, pero también las contemporáneas. Gaceta.es desveló, en exclusiva para sus lectores, la admiración que el líder de Podemos, Pabo Iglesias, le profesa a la figura de José Antonio Primo de Rivera. De hecho, según desvelaba El Confidencial Digital, Iglesias usaba incluso frases literales del que fue conocido como "El Ausente". De su figura dijo Julio Anguita que "fue usurpada por unos y por ello odiada por los otros; permanece en un lugar en la memoria colectiva que no merece. Un gran pensador, un revolucionario, un hombre a seguir... castigado por el destino y por la historia. Me alegra ver que su verdadero eco aún no se ha apagado y que aún quedamos quienes queremos rescatar la figura de José Antonio de una Falange impostora y del régimen franquista". Uno de los grupos musicales más representativos de la Transición, autores quizá de su himno oficioso (Libertad sin ira), Jarcha, dedicó también una canción a su figura. Y entre sus contemporáneos, son incontables las alusiones elogiosas que le dedicaron desde la izquierda. El dirigente anarquista Diego Abad de Santillán dijo que fue "un error" su fusilamiento porque "patriotas como él no son peligrosos ni siquiera en las filas enemigas". Otro anarquista, Buenaventura Durruti, consideró la sentencia de muerte "una insensatez" y "un error capital". "Con su muerte, si llega a consumarse (Durruti murió el mismo día que José Antonio), morirá también toda esperanza de reconciliar a los españoles antes de muchas décadas". Manuel Portela Valladares, presidente del Gobierno republicano exclamó: "¡Qué diferente habría sido la política española si (José Antonio) se hubiese sentando en el Congreso!". Y Julián Zugazagoitia, ministro de gobernación con Negrín, se refirió a su conducta en prisión como “cariñosa con los demás presos. En las horas de encierro tejía sueños de paz: esbozaba un gobierno de concordia nacional. Temía una victoria de los militares. Ése era, para él, el pasado, lo viejo, la España del siglo XIX prolongándose, viciosamente, en el XX". Más no fueron los únicos. Indalecio Prieto, Salvador de Madariaga, Victoria Kent o Claudio Sánchez Albornoz también se refirieron a José Antonio en términos laudatorios.
En “El político que amaba la poesía. Textos de José Antonio Primo de Rivera” (Editorial Áltera, 2015) Javier Ruiz Portella reúne sus textos más destacados. Muchos de ellos hablan de asuntos de la realidad nacional que, ochenta años después, siguen perfectamente vigentes. La cuestión catalana es uno de ellos. En los días en los que se tramitaba el primera Estatuto de Autonomía, José Antonio se refería a Cataluña en los siguientes términos: “Yo me alegro, en medio de todo este desorden, de que se haya planteado de soslayo el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está de acuerdo conmigo, en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para siempre con un amor, con una consideración y con un entendimiento que no recibió en todas las discusiones”. El líder de Falange concluiría esta misma intervención con una alegato contra posibles brotes catalanófobos entre los diputados a cuenta de la tramitación del Estatuto: “Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no solo hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que nos legaron varios siglos de esfuerzo con el nombre de España”. El hemiciclo rompió en aplausos.
Fue en este mismo discurso, pronunciado el 4 de enero de 1934 en las Cortes, cuando José Antonio se refirió a la misión, al destino universal de España. Lo hacía con estas palabras: “una nación no es meramente el atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y sentimental que sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino que una nación es un unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió sus destinos universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fue una nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón, porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España sientan, no ya el patriotismo con que nos tira la tierra, sino el patriotismo de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran España”.
En un texto escrito en La Nación el 25 de septiembre de 1933, José Antonio se refería al liberalismo económico en los mismos términos críticos que lo hacen, ayer u hoy, las izquierdas políticas: “Lector: si vive usted en un Estado liberal procure ser millonario, y guapo, y listo y fuerte. Entonces, sí, lanzados todos a la libre concurrencia, la vida es suya. Tendría usted rotativas en que ejercitar la libertad de pensamiento, automóviles en que poner práctica su libertad de locomoción…; cuando usted quiera. Pero ¡ay de los millones y millones de seres mal dotados! Para esos, el Estado liberal es feroz. De todos ellos hará carne de batalla en la implacable pugna económica. Para ellos –sujetos de los derechos más sonoros y más irrealizables- serán el hambre y la miseria”.
Claudio Sánchez Albornoz, historiador y presidente de la República en el exilio, dejó reflejada en sus memorias una anécdota personal –charla intrascendente, según el Sánchez Albornoz- con el líder de Falange. Se debatía el proyecto de reforma agraria en la Cámara republicana: “Dos diputados, situados muy lejos en el cuadrante político del momento, han pronunciado sendos discursos (…). Se encuentran, poco después, sentados ante dos pupitres vecinos corrigiendo las copias taquigráficas de sus dos oraciones parlamentarias. Uno pertenecía al Partido de Acción Republicana, que presidía Azaña (el propio Sánchez Albornoz). Otro acababa de crear Falange Española. Había aprobado éste parte de las ideas del otro”. Es en ese instante cuando el que sería presidente de la República en el exilio le advierte a José Antonio: “Si continúa por el camino que le he visto avanzar esta tarde va a desilusionar a las derechas españolas que le siguen”. José Antonio contestó con un lacónico: “Lo sé y hasta he podido comprobarlo”. Y continuó avanzando por el mismo camino que le condenó a la incomprensión por parte de los de un lado y de los de otro. Moriría, como ya es sabido, ante un pelotón de fusilamiento, pidiendo que fuera su sangre la última vertida en discordias civiles.
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