- En 1917, la creación de Kurdistán, Armenia e Israel fue uno de los objetivos de guerra del presidente Woodrow Wilson. Después de haber ordenado el informe King-Crane para verificar la ubicación exacta de las poblaciones, proclamó la fundación del Kurdistán, aquí en rosa en el mapa, por el tratado de Sevres (1920). El tratado reconocía también la posibilidad de que la zona rayada (hoy parte de Iraq) se uniera voluntariamente al Kurdistán por referéndum. Pero ese Estado nunca vio la luz y fue abrogado por el tratado de Lausana. Este es el único territorio que los kurdos pueden reclamar con legitimidad.
Los hechos históricos de los kurdos han despertado durante siglos asombro y perplejidad y han sido rara vez objeto de comentarios en los medios de comunicación de Occidente hasta recientemente. Desde la invasión de Irak y el conflicto abierto en Siria, tanto los medios de comunicación mainstream como los políticos estadounidenses han dado un halo romántico a los kurdos para justificar la narrativa intervencionista occidental en estos países. Desde que Estados Unidos invadió Siria, Estados Unidos e Israel han sostenido el Kurdistán semiautónomo, comprándoles Israel por valor de 3 840 millones de dólares en petróleo, un movimiento que podía tener ramificaciones geopolíticas y económicas para las dos partes [1].
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