27 diciembre, 2007
"¿POR QUÉ NO TE CALLAS?" OTRA VERDAD INCÓMODA (2ªPARTE)
Hace algo más de un mes, publiqué la primera parte de este serial sobre el golpe de Estado que se vivió en Venezuela en 2002. En aquel entonces, estaba fresco en la memoria el "¿por qué no te callas?" que le espetó el rey de España a Hugo Chávez. Entendí que venía bien conocer la verdad sobre el golpe y conocer si el presidente venezolano tenía o no tenía razón respecto a la participación de elementos extranjeros –incluidos españoles– en aquel intento de arrebatarle el poder. Las críticas a Chávez no han cesado desde entonces; y lo grave es que la mayor parte proceden de la falta de información que tiene la sociedad española, a menudo contaminada por determinados intereses que han provocado que la imagen que exista del bolivariano sea nefasta. Con sus modos y ademanes, él no ha contribuido mucho a lo contrario. Expondré a continuación la segunda parte de ese texto prometido sobre el citado Golpe. Los datos hablan por sí solos.
Crónica de una insurrección programada
El golpe se produjo el 11 de abril de 2002, apenas medio año después de que el mundo sufriera los atentados del 11-S. Aparentemente, el asalto al poder se produjo de forma espontánea tras una manifestación en la cual fallecieron varias personas abatidas por francotiradores que, en apariencia, eran soldados próximos al presidente Chávez. Aquello provocó una rápida reacción popular, encabezada por determinados partidos de la oposición y por grupos empresariales, a quienes prestaban su colaboración determinadas facciones del Ejército y los cuerpos de seguridad. Horas después, los insurgentes tomaron el Palacio de Miraflores, la sede de la presidencia del Gobierno.
Los medios de comunicación de todo el mundo informaron al instante de lo que sucedía en las calles de Caracas. Todas las noticias rezumaban un profundo deseo de que el Golpe concluyera con éxito. Al fin y al cabo, la imagen que nos habían vendido de Chávez era la de un dictador y, por una vez en la vida, el mundo occidental parecía ver con buenos ojos la caída de uno de esos militares sudamericanos tan proclives a soslayar los derechos humanos. El problema es que no siempre es verdad aquello que nos transmiten desde el Poder.
Cuando el día 12 de abril se anunció la renuncia de Hugo Chávez, hubo alharacas en la Tierra. Al parecer, un avión lo enviaría a Cuba o a algún otro país dispuesto a acoger al depuesto mandatario al tiempo que el líder patronal Pedro Carmona se autonombraba nuevo Presidente del Gobierno. Sin embargo, apenas 48 horas después de que se iniciaran las hostilidades, Chávez lograba detener el proceso y salvar su pellejo gracias a que los militares fieles al bolivariano actuaron de espaldas al golpista.
He de reconocer que, por aquel entonces, servidor era de los muchos que seducidos por las informaciones veían a Chávez como un auténtico lunar para la estabilidad de América. Además, aquellas noticias terribles sobre la actitud de los agentes de seguridad de Chávez resultaba intolerable en un líder demócrata: “Las fuerzas del orden lanzaron gases y dispararon a discreción”, se leía en un teletipo de la agencia Reuters. “Los partidarios de Chávez y las fuerzas del orden cargaron contra los manifestantes”, rezaba otra noticia de Associated Press. “Testigos relataron como miembros de la Círculos Bolivarianos próximos a Chávez se situaban en azoteas y empezaban a disparar”, pudo leerse en otra información publicada en España. Y así una y otra noticia... La “ola” llegó también a España, en donde un periódico de tirada nacional publicaba la mañana del 13 de abril la siguiente información: “Las víctimas cayeron en extrañas circunstancias, supuestamente a manos de francotiradores apostados en los edificios adyacentes. Esta teoría ha sido corroborada por los máximos dirigentes del empresariado y los sindicatos, quienes responsabilizan directamente a Hugo Chávez de las muertes: ‘Chávez se ha manchado las manos de sangre. El Gobierno tiene que asumir la responsabilidad. Francotiradores con armas de guerra han causado muertes que de ninguna manera es responsabilidad de los organizadores de la marcha’.”
Crimen para justificar el golpe
Pensaba que todo había ocurrido así hasta septiembre de 2003. Para entonces, ya manejaba determinadas informaciones que situaban a Estados Unidos tras el intento de derrocar a Chávez. Seguía siendo uno de los muchos que tenía el cerebro lavado por culpa de la auténtica campaña de desprestigio iniciada contra el insólito Presidente hasta que tuve un encuentro en Barcelona con varios inmigrantes venezolanos. Varios de ellos habían dado forma a una organización que tenía por objeto que se conociera la verdad sobre la realidad de aquel país hermano. Defendían las acciones de Chávez ya que se estaba demostrando que eran la mejor vía de salida para la pobreza de su país. Me dieron datos y referencias que me hicieron pensar, pero lo que de verdad me impresionó fue haber conocido a uno de aquellos hombres que recibió un balazo durante las manifestaciones del 11 de abril de 2002. Vio la cara de quien le disparó. Sabe quiénes eran: “Se trataba de los policías que apoyaban el golpe”. Y empecé a comprender que los medios de comunicación habían faltado a la verdad impulsados por las grandes televisiones venezolanas, controladas por los partidos opuestos a Chávez. Tanto es así que las víctimas no eran los opositores del presidente, sino sus defensores, porque fue a ellos a quienes se les había disparado a discreción. El testigo directo de aquella masacre y defensor de las políticas en beneficio de los más necesitados, quedó postrado para siempre en una silla de ruedas, pero le quedaba su voz, y la alzaba, la alzaba para quienes quisieran escuchar una verdad a la que medio mundo hacía oídos sordos.
La ejecución del golpe siguió las pautas de los atentados para los que se ofrece una versión que tiene por objeto desencadenar una serie de consecuencias. Si se lograba transmitir con éxito la versión de los golpistas, la opinión pública se sentiría enervada y entregaría su voluntad a quienes pretendían restablecer el orden democrático. Al mismo tiempo, si dicha versión se extendía hacia el exterior del país, la comunidad internacional acabaría por admitir la “legitimidad” del Golpe. En realidad, el plan es ciertamente parecido al que se activó tras el 11-S, sólo que en esta ocasión los actores y el escenario resultaban diferentes, aunque el autor del guión y el director de orquesta bien parecen el mismo.
Los medios de comunicación hicieron su “trabajo” de forma y manera extraordinaria. Algunos de ellos a sabiendas de que formaban parte del plan y otros engañados por lo que parecía la versión más razonable de los hechos. Casi todos esos medios acusaron de inmediato a Chávez de haber ordenado matar a los manifestantes. Especialmente implicada en divulgar esta versión se encontraba Univisión, cuyo dueño es Gustavo Cisneros, el hombre más rico del país y viejo amigo y compañero de negocios de la familia Bush. Analistas como el escritor Edgar González Ruiz lo consideran como uno de los principales inspiradores del Golpe de Estado en un trabajo titulado Los turbios negocios de los Bush en Venezuela (Rebelión.org, 23 de junio de 2004). Incluso publicaciones norteamericanas como Newsweek se hicieron eco de las denuncias del legislador Pedro Pablo Alcántara, para quien el asalto fue coordinado desde las oficinas de Cisneros en Venevisión, la filial local de su emporio, en donde se reunieron durante el Golpe el propio Cisneros con Pedro Carmona y con el presidente de la Conferencia Episcopal, Baltasar Porras, que también apoyó el Golpe habida cuenta de que Carmona era un destacado miembro del poderoso grupo eclesiático Opus Dei.
Ante la gravedad de los hechos, los manifestantes se mostraron a favor de cualquier intento por derrocar a Chávez. Se quiso dar la impresión de que el asalto al poder fue improvisado, popular y casi legítimo: “El pueblo de Venezuela derroca a Chávez”, se leyó en la primera plana de un diario español. Y aquella se convirtió en una opinión generaliza en casi todos los periódicos. No los culpo; posiblemente, ellos también fueron víctimas de esa ola de desinformación.
Al mismo tiempo que Carmona, Cisneros y los suyos llamaban asesino a Chávez, el Presidente español recibió desde la siguiente información por telegrama: “Los tres francotiradores pertenecían a la Policía Metropolitana de Caracas, a la policía del municipio de Batura y a la policía del municipio Chacao, todos ellos controlados por partidos opositores de Chávez”, escribió el embajador español. Lo que sí resulta extraño es que Aznar no reconociera públicamente que disponía de estos datos. Pero él no fue el único: “Manifestantes oficialistas, bajo las órdenes de Chávez, dispararon a manifestantes desarmados y pacíficos, causando 10 muertos y 100 heridos”, señaló el portavoz de la Casa Blanca el mismo 12 de abril. A la campaña también se sumó el Departamento de Estado: “Los eventos del día de ayer resultaron en un gobierno de transición. Aunque los detalles no están claros, acciones fomentadas por el gobierno provocaron la crisis de ayer y Chávez dimitió”, señaló Colin Powell, que tuvo arrestos de afirmar lo siguiente: “Los medios, de manera muy valiente, mantuvieron informado al pueblo”, añadió, olvidando que no sólo distorsionaron la realidad sobre quiénes habían abierto fuego, sino también ignorando que justo antes de ser destituido, cuando Chávez se dirigió por televisión al país, unas “repentinas” interferencias impidieron que pudiera escucharse lo que decía. A esto le llaman “actitud valiente”... (continuará)
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