24 marzo 2017

Brillante análisis para entender por qué determinados grupos en EEUU realizan la brutal campaña contra Donald Trump. La doctrina vigente para mantener la hegemonía mundial ha estallado con el nuevo presidente


EEUU: El establishment imperial contra Trump
Como ocurre tantas veces, el humo no deja ver el fuego y los ruidos apagan las voces. Tal ocurre con la feroz campaña en marcha contra Donald Trump, presentado acá y acullá como poco menos que émulo de Hitler. Humo y ruido ha hecho obviar una pregunta básica para vislumbrar lo que pasa: ¿por qué el establishment vinculado al Partido Demócrata y sectores aledaños mantienen una campaña tan implacable contra el recién electo presidente? Aunque no hay antecedentes de nada similar en la historia de EEUU, la campaña anti-Trump se quiere justificar con memeces, como el malhadado muro con México –tema viejo- o los contactos –reales y ficticios- de personas próximas a Trump con funcionarios rusos. De hecho, varios colaboradores de Trump se reunieron con oficiales de, al menos, una docena de países, dentro de la práctica común, en todo el mundo, de realizar los gobernantes electos contactos con países que interesan. Más sorprendente aún al saberse que también colaboradores de Hillary Clinton se vieron con el embajador ruso. Nadie mencionó tales reuniones. Carentes de elementos para explicar la anomalía, los análisis se han reducido a apalear a Trump, sin indagar explicaciones.
 
Esas otras explicaciones existen, pero las visiones simplistas han reducido la situación de EEUU –y de sus políticas externas- a una lid caricaturesca de buenos y malos, con Donald Trump en el papel de villano y a sus detractores demócratas como los buenos. Pero las políticas de poder no son juegos malabares, ni temas que se expliquen con frivolidades. La causa de la guerra contra Trump puede ser esta: Trump ha provocado –quizás sin querer y sin saber- un conflicto entre dos modos de entender el imperialismo estadounidense y sobre cómo lograr que prevalezca sobre los desafíos planteados por el resurgimiento de Rusia y el creciente poder económico, comercial, industrial y militar de China. Sería ésa y no otra la cuestión que las élites dominantes de EEUU estarían dirimiendo, ya que Trump –un político advenedizo- amenaza cambiar fundamentos esenciales de lo que, hasta su victoria electoral, era una estrategia imperial consensuada, que se venía aplicando sin sobresaltos desde el suicidio de la URSS, en 1991.  

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