26 junio 2011

LO MASCULINO Y LO FEMENINO HAN DE COMPLEMENTARSE, NUNCA ANULARSE

El despertar de la Diosa en el siglo XXI

El principio femenino en la religión, la cultura y la ecología

Por Alberto D. Fraile Oliver

A lo largo de la historia ha habido una Dama que ha ido recibiendo diferentes nombres. El último de esos nombres es Gaia. Otros fueron Lilith, Isis, Deméter, Astarté… Como una corriente subterránea la devoción por la energía femenina, asociada a la Madre Tierra, siempre ha estado presente en nuestra cultura. Esa corriente tiene una profunda conexión con la Naturaleza y sus ciclos. Con las estaciones y las cosechas. Su presencia se puede rastrear en el origen de las religiones y sus mitos desde la prehistoria.
De la mano de la ecología, de los movimientos feministas y de la visión holística, el arquetipo femenino emerge de con fuerza en la actualidad. En esta ocasión cubierta con un manto verde.
La Europa de la “Gran Diosa”

Si observamos las grandes religiones occidentales pronto nos daremos cuenta de que tienen al menos dos cosas en común: La primera es que están basadas en un libro y la segunda que son profundamente machistas. El judaísmo se basa en un modelo patriarcal de creencias; es decir, en lo relativo a Dios, está orientado hacia lo masculino. Y lo mismo sucede con el Cristianismo y el Islam, con el que comparten raíces.
¿Fue siempre así? ¿Hay un tendencia endémica en nuestra cultura a masculinizar a Dios? Si nos atenemos a gran cantidad de evidencias arqueológicas y culturales parece que las cosas no fueron siempre así.
Existe una corriente antropológica (Marija Gimbutas. The Language of the Goddess) que señala que durante miles de años, antes de la llegada de los pueblos de lengua indoeuropea, durante la fase final de la Edad de Piedra y durante toda la Edad de Bronce, no fue un Dios, sino una Gran Diosa, la que reinó en la religión europea.
Obviamente, los primitivos europeos dependían de la Tierra para satisfacer todas sus necesidades: alimento, protección, abrigo… hasta el punto de identificarla con la vida misma. Habían notado que toda la vida era creada a partir de los cuerpos de las hembras (tanto mujeres como animales), de modo que encontraron natural la idea de que existiera una Creadora femenina suprema. Y, por descontado, las hembras eran cabezas de sus sociedades,
Hay pocas dudas de que fueron absorbidos o destruidos por unos agresivos invasores llegados del este a partir del año 3000 a. C., y que acabaron con el matriarcado.
El mito de Isis y Osiris en Egipto
Las viejas culturas y religiones europeas no murieron de la noche a la mañana y es posible rastrear indicios de una religión ancestral cuyo culto central era femenino en los mitos de Isis, en Egipto, y Deméter, en Grecia. La devoción por ambas diosas se prolongó hasta bien entrada la era cristiana.
Si tomamos como ejemplo el relato egipcio de Isis y Osiris, vemos que Osiris es desmembrado cruelmente y la diosa Isis tiene el poder para que resucite. De este mitos se puede intuir que la Diosa Isis representa a la Tierra, que fértil y generosa da a luz cada año a una nueva descendencia. Esa descendencia no es otra que los cereales, como el trigo y la cebada cuyo joven grano, al igual que Osiris, será desmembrado al alcanzar la madurez en la siega, trilla y molienda para hacer pan y cerveza. Y su simiente volverá a la Tierra para generar la cosecha del próximo año gracias a la unión del padre Sol y la Madre Tierra, en un drama de representación anual.
Astarté, Salomón, Jerusalem
Otra deidad importante y equiparable a Deméter e Isis fue Astarté. Considerada la “Madre de los dioses” para los hebreos tuvo un protagonismo mayor durante el reinado de Salomón. Al igual que Isis, Astarté, era la diosa de la cosecha y los lugares donde se trillaba el grano, las eras, tenían una importancia casi religiosa. Cuentan los libros antiguos que en cierta ocasión el rey David compró una era al oeste de valle del río Jordán en la que su sucesor, Salomón, construyó un templo muy especial y lo hizo en un lugar consagrado a Astarté. Ese lugar es hoy en día la disputada Jerusalem.
La presencia de una Diosa en la tradición hebrea también se recoge en la figura de Lilith. Este personaje femenino era, según la tradición, la consorte del Dios de los hebreos. Sin embargo, los redactores del Antiguo Testamento se encargaron de borrar el rastro femenino.
La misoginia de Pablo
El cristianismo tampoco quedó exento de la erradicación de lo femenino de sus escrituras. De las diferentes ramas del cristianismo, la forma hegemónica que ha llegado hasta nuestros días fue la establecida por San Pablo. La impronta que dejó Pablo en la Iglesia ha llegado hasta nuestros días, y entre otros rasgos legó su misoginia.
Otro hito importante en la masculinización del cristianismo tuvo lugar en el año 325 d. C. En ese año los Padres de la Iglesia “codificaron” el cristianismo en el primer concilio de Nicea, en 325 d. C., donde se establecieron las bases para que las mujeres no tuvieran relación con el ministerio de la Iglesia. Se instauró la Iglesia Romana Imperial y, entre otras medidas, se proscribió todo lo femenino. Exceptuando una figura: la Virgen María. Un ambiguo personaje que pese a haber sido la Madre del Hijo de Dios, la Iglesia, jamás le ha atribuido el papel de consorte de Dios -como en el pasado lo fuera Lilith, Isis, Demeter o Astarté- ya que eso la hubiera convertido en Diosa.
Si bien la Virgen ocupó un lugar destacado como intermediaria entre los hombres y el Dios Padre, a medio camino entre el lo divino y lo mundano. Esta figura fue muy útil a la Iglesia para fagocitar numerosas deidades femeninas herederas de la Dama Blanca.
Sin embargo, hubo otra figura femenina que no tuvo tanta suerte. El personaje a esconder en este caso fue María Magdalena. No son pocas las fuentes que señalan que hubo una relación especial entre Jesús y María Magdalena, incluso algunos textos apuntan a una relación íntima. Pero lo que está claro es que tras la muerte de Jesús se borró cualquier rastro de este posible hecho en los textos oficiales de la Iglesia, hasta degradar a María Magdalena al papel de prostituta. El hecho de aceptar que el Hijo de Dios tuviera pareja, suponía un reto teológico que los Padres de la Iglesia prefirieron velar, menospreciando de nuevo lo femenino. Ellos sabrán los motivos…
¿María Magdalena y Jesús fueron pareja?
Pese a que la figura de María Magdalena quedó eclipsada durante algunos siglos, emergió de nuevo en la Edad Media y su figura alcanzó una notable popularidad en el mundo cristiano, principalmente en la Europa occidental con Francia como epicentro del fenómeno.
La leyenda medieval señalaba que María Magdalena arribó a las costas mediterráneas francesas, en las inmediaciones de Marsella buscando refugio después del asesinato de Jesús (¿su pareja?). El relato cuenta también que arribó en el mismo barco que José de Arimatea quien prosiguió viaje hacia Gran Bretaña. Esta leyenda señala también que el linaje de Jesús estuvo presente en los primeros tiempos de la familia real franca. Incluso se habla de una hija, Sara.
María Magdalena se convertía de esta forma en la “viuda olvidada” y ocultando su importancia se borraba también la importancia de la mujer en la historia del cristianismo.
El oscurantismo y violencia ejercidos desde las altas instancias eclesiales (no merece la pena recordar aquí el triste capítulo de la inquisición, en el que la tortura a muchas mujeres sabias fue el reflejo de la tortura al principio femenino y a la Naturaleza) obligaron de nuevo a sumergir la corriente, y recogieron el testigo de esta tradición algunas órdenes religiosas (Cistercienses y Templarios) y algunas escuelas de misterios (Cátaros, Rosa Cruces y Masones).
El Arte Gótico fue un canto arquitectónico y velado a la Diosa y a la feminidad. Son muchos los templos que tienen mucho que decir al respecto (aunque este es un tema para otro artículo) y el símbolo de la Virgen negra también puede contarnos cosas. En Lluc tenemos una. (Tema, también, para otro texto).
La “Diosa Blanca” de Robert Graves
Para adentrarse en el tema hay que acudir a uno de los habitantes ilustres de Deià, Robert Graves, y su obra “La Diosa Blanca”. Graves fue un bardo heredero de las tradiciones matriarcales europeas. Su manera de entender la poesía estaba completamente emparentada con los ciclos de la tierra y con lo femenino. Para este poeta la Diosa era la fuente de inspiración para su obra y, probablemente, palanca para la acción en su vida.
El siglo de Gaia
Como no podía ser de otra manera, en el siglo XXI, el arquetipo de la Diosa viene con un atuendo apropiado a los tiempos: el pensamiento científico. Si en las sociedades agrarias y fundamentadas en el pensamiento “mágico”, el arquetipo femenino emergía con un cariz agrícola, relacionado con la fertilidad de la tierra y las cosechas, y con un lenguaje más próximo al mito. En nuestro tiempo, en el que la teoría de sistemas y la concienciación ecológica son el paradigma emergente, lo femenino toma ropajes culturales más adecuados al lenguaje científico. Pero en esencia alberga el mismo principio.
En nuestros días, en los que el despertar del pensamiento ecológico, sistémico u holístico (que cada uno elija la palabra que más le guste) es una necesidad y un hecho, se ha rebautizado a nuestra protagonista con el nombre de Gaia (un término inglés que se ha colado en nuestro idioma sin traducir y cuya nombre más apropiado sería Gea). No es un nombre nuevo. Los responsables científicos del bautizo Lynn Margulis y James Lovelock recurrieron a la mitología griega para bautizar la visión sistémica del planeta.
Según su teoría, el planeta que habitamos, Gaia, es una entidad que se autorregula y en la que sus habitantes, y con un protagonismo especial nosotros los humanos, afectamos con nuestro comportamiento al conjunto del sistema. El cambio climático sería una manifestación de esta teoría.
En resumen, Gaia, representa hoy nuestra preocupación por el planeta que habitamos, ese planeta que nos acoge y nos proporciona todo lo que necesitamos, como si de una madre se tratara. La teoría de Gaia nos despierta al hecho de que estamos todos en el mismo barco y debemos cuidar los unos de los otros.
Mucho tiene que ver el movimiento feminista con este resurgir de lo femenino. Su esfuerzo durante el siglo XX ha sido imprescindible para romper la dura costra creada durante siglos y permitir que la corriente de la Diosa vuelva a salir a la superficie.
Es hora de resarcir a la “viuda perdida” y rescatar el principio femenino poniéndolo al mismo nivel que el masculino. Es hora de hacer las paces con la Tierra que nos acoge y con la energía femenina. En la actualidad, cuando hablamos del arquetipo femenino, ya no hablamos de religión, hablamos de la expresión de la psique colectiva en un asunto tan importante como el entendimiento entre el hombre y la mujer. Hay mucho en juego.
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