FUENTE: https://www.youtube.com/watch?v=PFw0loZUToY&t=350s
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Los grandes medios de difusión están interpretando la caída de Kabul de dos maneras. Unos afirman que los demócratas estadounidenses son cobardes y que la retirada de Afganistán afecta la moral de los aliados de Estados Unidos. Pero otros estiman que Washington ha utilizado bien sus cartas y que ha logrado clavar una espina en el pie a los rusos y los chinos. Esas dos maneras contrapuestas de ver las cosas corresponden al paradigma tradicional del Imperio estadounidense. Por su parte, Thierry Meyssan señala que, desde los hechos del 11 de septiembre de 2001, Washington está en manos de los adeptos de la doctrina Rumsfeld-Cebrowski, en virtud de la cual Estados Unidos busca obligar las demás potencias a pagar por protección en los países cuyas riquezas esperan explotar.
Escenas que muestran la desesperación de quienes tratan de huir siguen llegando desde Kabul. Pero, aun dejando de lado el hecho que la mayoría de los que tratan de escapar no son precisamente pacíficos traductores de las embajadas occidentales sino los colaboradores de la campaña de “contrainsurgencia” del ocupante estadounidense, lo que estamos viendo es una debacle capaz de hacer perder la fe en el poderío de Estados Unidos.
Por lo pronto:
Sin embargo, ya es evidente que en Washington se sabía perfectamente que el ejército afgano no resistiría ante los talibanes –aunque en teoría estos últimos eran 3 veces numéricamente inferiores y estaban pobremente armados. El Combating Terrorism Center (CTC) de West Point había publicado en enero un estudio que preveía la catástrofe que estamos viendo [2]. La cuestión no era saber si los talibanes ganarían o no sino cuándo permitiría el presidente Biden que ganaran.
Las negociaciones entre Estados Unidos y los talibanes, que se alargaron por años antes de que el presidente Biden las interrumpiera bruscamente, fueron la preparación del acto final de abandono del poder frente a los talibanes. Es muy válido que se cuestione el hecho que Washington haya provocado la muerte de cientos de miles de personas y dedicado sumas astronómicas y los esfuerzos de 4 presidentes a expulsar a los talibanes de Kaboul… para terminar dejándolos volver ahora, al cabo de 20 años de guerra, y que nos preguntemos también por qué el presidente Biden decidió asumir el papel de vencido.
Estamos ante la misma incomprensión que surgió cuando la Comisión Baker-Hamilton llevó a la retirada estadounidense de Irak, con el secretario de Defensa de entonces –Donald Rumsfeld– asumiendo sin vacilar el mismo papel de vencido. Aquella incomprensión volvió a expresarse hace sólo 3 meses, a raíz del fallecimiento de Rumsfeld.
Es hora de dejar de creer religiosamente lo que afirman los políticos y de prestar más atención a lo que escriben los militares. Los políticos sólo dicen lo que el público está dispuesto a aceptar oír. Siempre estamos del lado correcto y si morimos es por la democracia. Pero los militares no tratan de seducirnos sino de entender lo que se espera de ellos. Los militares no suelen escribir para dorarnos la píldora, más bien suelen exponer la cruda realidad.
Como he explicado en múltiples ocasiones [3], sólo días antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, las fuerzas terrestres de Estados Unidos (US Army) publicaron un artículo del coronel Ralph Peters donde se aseguraba que Estados Unidos no tenía que ganar guerras sino orquestar situaciones de inestabilidad en ciertas regiones del mundo y sobre todo en el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». El coronel Ralph Peters escribía también que habría que rediseñar los Estados según criterios étnicos –o sea, separar pueblos que viven mezclados– y que eso sólo sería posible mediante limpiezas étnicas y otros crímenes contra la humanidad. Y terminaba su exposición señalando que el Pentágono siempre tendría la posibilidad de confiar el trabajo sucio a mercenarios [4]. La conmoción suscitada días después por los hechos del 11 de septiembre propició que nadie prestara atención a ese artículo, que proponía abiertamente la preparación de crímenes abominables.
Cinco años después, el coronel Ralph Peters publicó el mapa que el Estado Mayor Conjunto estaba preparando en 2001 [5]. Una ola de pánico recorrió entonces todos los estados mayores del Gran Medio Oriente, seguida de una serie de cambios de alianzas en la región. Pero no fue hasta 2011 que pudo verse, con la guerra contra Libia –para entonces considerada “aliada” de Estados Unidos– la envergadura real de lo que se había proyectado en Washington.
Desde aquel momento se ha visto que la guerra en Afganistán –que supuestamente iba a durar sólo hasta la huida de Osama ben Laden– se prolongó 20 años; que la guerra en Irak –prevista sólo hasta la caída del presidente Sadam Husein– ya ha durado 17 años; que la guerra en Libia –que debía durar sólo hasta que se derrocara al Guía Muammar el-Kadhafi– ya viene durando 10 años; y que la guerra en Siria –anunciada hasta el derrocamiento del presidente Bachar al-Assad– también dura ya 10 años.
Hemos visto además como al-Qaeda –que es históricamente un engendro de la CIA– ha cometido crímenes contra la humanidad, siempre en el sentido de lo anunciado por el coronel Ralph Peters. Y lo mismo ha sucedido con Daesh –cuyo surgimiento fue orquestado por el embajador estadounidense John Negroponte [6]. También se sabe ya que tanto al-Qaeda como Daesh han recibido financiamiento, entrenamiento, armamento y órdenes de británicos y estadounidenses.
Sí, la «guerra sin fin» proclamada por el presidente George W. Bush no tiene como objetivo «luchar contra el terrorismo» sino utilizar el terrorismo para desestabilizar toda una región geográfica. Ese era precisamente el título del artículo que el coronel Ralph Peters publicó en 2001: “Stability. America’s ennemy”, o sea “La estabilidad, enemiga de Estados Unidos”.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, debemos reinterpretar la caída de Kabul a la luz de la nueva estrategia. El almirante estadounidense Arthur Cebrowski dedicó 2 años (2002 y 2003) a explicar esa estrategia en todas las academias militares. Se reunió así con todos los oficiales que hoy son generales en las fuerzas armadas de Estados Unidos. La estrategia trazada por Cebrowski fue además dada a conocer al “gran público” en un libro de Thomas Barnett, el asistente del almirante. Pero ese libro [7] nunca se ha traducido.
La caída de Kabul responde al objetivo central de esa estrategia… a condición de que los talibanes no logren establecer un régimen estable, y sin aliados no podrán hacerlo. Además, la huida de los colaboradores que se encargaban de las tareas de “contrainsurgencia” por cuenta de las fuerzas ocupantes –si esos colaboradores logran hacerse pasar por pacíficos traductores– permitirá extender el terrorismo en los países que los reciban. Es exactamente lo que está denunciando el presidente ruso Vladimir Putin.
Por otro lado, el enorme arsenal de guerra que Estados Unidos había entregado al ejército afgano, y que ahora pasa a manos de los nuevos dueños de Kabul, pone a los talibanes en condiciones de atacar a sus vecinos. Los talibanes incluso disponen de un exhaustivo fichero con los datos biométricos de toda la población afgana [8] y de una fuerza aérea que cuenta con más de 200 aviones de combate –dos cosas que Daesh nunca tuvo. La guerra en Asia central podría alcanzar próximamente proporciones mucho más terribles que lo que ya hemos visto en el Gran Medio Oriente.
Último elemento, pero no menos importante. Algunos comentaristas estiman que Washington abandonó Afganistán para crear problemas a Rusia y a China. Ese no es el objetivo de la estrategia Rumsfeld-Cebrowski [9]. Según la visión de Cebrowski, no hay que combatir a esas dos grandes potencias sino, al contrario, convertirlas en “clientes”. Hay que ayudarlas a explotar los recursos de Afganistán, Irak, Libia, Siria y de muchos países más… pero sólo bajo la protección del ejército de Estados Unidos.
Es importante entender que Washington ya no razona como el Imperio Romano ante sus rivales sino como las pandillas de barrio que ofrecen “protección” a los tenderos. Washington ya no espera construir Arcos del Triunfo en conmemoración de gloriosas victorias, más bien acepta que su presidente, Joe Biden, sea proclamado perdedor en Afganistán. Su objetivo es dominar el mundo desde la sombra y obtener el máximo de capitales.
¿Cree usted que es un escenario demasiado apocalíptico? ¡Busque el error de razonamiento!
[1] «Afghanistan war unpopular amid chaotic pullout», AP-NORC poll, por Josh Boak, Hannah Fingerhut y Ben Fox, 19 de agosto de 2021; «Nationwide Issues Survey», Convention of States Action-Trafalgar Group, agosto de 2021.
[2] «Afghanistan’s Security Forces Versus the Taliban: A Net Assessment», Jonathan Schroden, CTC Sentinel, enero de 2021 (Vol 14, #1).
[3] Ver, por ejemplo, «Comment redessiner le Moyen-Orient?» in L’Effroyable imposture II, por Thierry Meyssan, primera edición en Alphée, 2006; segunda edición en Demi-Lune, 2020.
[4] “Stability. America’s ennemy” [en español, “La estabilidad, enemigo de Estados Unidos”, por el coronel Ralph Peters, Parameters, #31-4, invierno de 2001.
[5] “Blood borders. How a better Middle East would look”, Ralph Peters, Armed Forces Journal, 1º de junio de 2006.
[6] Se trata del mismo John Negroponte que participó en el Programa Phoenix de búsqueda y eliminación física de dirigentes vietnamitas –el programa de “contrainsurgencia” que Estados Unidos implementó, de 1965 a 1972– durante su intervención militar en Vietnam– y que fue embajador de Estados Unidos en Honduras desde finales de los años 1970 y hasta principios de los años 1980. Desde la embajada estadounidense en Honduras, John Negroponte dirigió una salvaje represión en ese país y la «guerra sucia» de la CIA contra el gobierno sandinista de Nicaragua. Ya con esa “brillante” hoja de servicios, John Negroponte fue embajador de Estados Unidos ante la ONU, desde septiembre de 2001 hasta julio de 2004, durante el primer mandato del presidente George Bush hijo. (Nota de Red Voltaire.
[7] The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twenty-first Century, Thomas P. M. Barnett, Paw Prints, 2004).
[8] «El sistema estadounidense de identificación biométrica cayó en manos de los talibanes», Red Voltaire, 23 de agosto de 2021.
[9] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo» y «La doctrina Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017 y 25 de mayo de 2021.
En sus reportes sobre la caída de Kabul, los medios de prensa repiten estúpidamente las mentiras de la propaganda occidental, ignoran la verdadera historia de Afganistán, ocultan los crímenes perpetrados contra ese país y hacen imposible entrever el futuro que Washington proyecta imponer a los afganos. Y hasta es posible que los talibanes ni siquiera sean los peores en todo este asunto.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se dirigieron solemnemente a la opinión pública de sus países respectivos en relación con la caída de Kabul en manos de los talibanes, el 15 de agosto de 2021.
Según estos dos jefes políticos occidentales, la invasión de Afganistán por parte de Estados Unidos, en 2001, tuvo como único objetivo «perseguir a quienes nos atacaron el 11 de septiembre de 2001 y evitar que al-Qaeda pudiese utilizar Afganistán como base para perpetrar nuevos ataques» [1].
Al oír eso, el ministro de la Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels, habría recordado que «una mentira repetida 10 veces sigue siendo una mentira. Repetida 10 000 veces, se convierte en verdad».
Pero los hechos siguen siendo hechos y, aunque no sea del agrado de los presidentes Biden y Macron, la guerra de 2001 contra Afganistán no se decidió después de los atentados del 11 de septiembre. Se decidió antes, a mediados de julio, cuando fracasaron las negociaciones de Berlín que Estados Unidos y Reino Unido habían iniciado, no con el gobierno afgano sino con los talibanes.
Pakistán y Rusia asistían a esas conversaciones secretas como observadores. La delegación de los talibanes fue admitida en Alemania en violación de la prohibición de viajar que el Consejo de Seguridad de la ONU había emitido contra ellos. Después del fracaso de aquellas negociaciones, el ministro pakistaní de Exteriores, Naiz Naik, dio la señal de alarma al regresar a su país. Pakistán buscó entonces nuevos aliados. Propuso a China abrirle una puerta al Océano Índico –lo que hoy vemos con la nueva «Ruta de la Seda». Estados Unidos y Reino Unido comenzaron a enviar a la zona grandes cantidades de tropas –40 000 hombres fueron desplegados en Egipto y casi toda la flota de guerra británica fue enviada al Mar de Omán. Los atentados del 11 de septiembre sólo tuvieron lugar después… cuando ya todo aquel dispositivo militar estaba en posición y listo para entrar en acción.
Según el presidente estadounidense Joe Biden, «nuestra misión de reducir la amenaza terrorista de al-Qaeda y de matar a Osama ben Laden fue un éxito».
Fue el director de la inteligencia de Francia para el exterior, Alexandre de Marenches, quien propuso a su homólogo estadounidense hacer que la URSS interviniera militarmente en Afganistán para que se empantanara allí [2]. Así que el consejero de seguridad nacional del presidente James Carter, Zbigniew Brzezinski, viajó a Beirut para ponerse en contacto con el millonario anticomunista saudita Osama ben Laden y pedirle que se pusiera a la cabeza de mercenarios árabes para emprender una campaña terrorista contra el gobierno prosoviético afgano [3].
Osama ben Laden se hallaba en Beirut para reunirse con el ex presidente libanés Camille Chamoun, miembro de la Liga Anticomunista Mundial [4]. Washington había escogido a Osama ben Laden por 2 razones:
- En primer lugar porque Osama ben Laden era miembro de una secta secreta –la Hermandad Musulmana– lo cual le permitiría reclutar combatientes
- y porque era uno de los herederos de la mayor compañía de obras públicas de todo el mundo árabe, lo cual le permitía disponer de los especialistas, la fuerza de trabajo y los medios necesarios para transformar los ríos subterráneos del macizo montañoso asiático llamado Hindu Kush en vías de comunicación para uso militar.
Osama ben Laden fue después consejero militar del presidente bosnio, Alija Izetbegovic –desde 1992 y hasta 1994. Los hombres que había reclutado lo siguieron a Yugoslavia, donde modificaron su apelación de «muyahidines» para denominarse «Legión Árabe». Comandos soviéticos que lograron penetrar en el campamento de ben Laden, tuvieron tiempo de registrar su puesto de mando, antes de ser detenidos, y comprobaron que todos sus documentos militares estaban redactados no en árabe sino en inglés [5].
Después de su paso por Bosnia-Herzegovina, Osama ben Laden utilizó sus combatientes en operaciones específicas, seleccionándolos en su “fichero”, en árabe «al-Qaeda» (القاعدة).
Como vemos, es indiscutible que Osama ben Laden fue durante largos años un agente de Estados Unidos. Claro, los estadounidenses afirman que acabó volviéndose contra ellos, pero no hay nada, absolutamente nada, que demuestre tal cosa.
En todo caso, Osama ben Laden estaba gravemente enfermo. Como necesitaba atención médica constante en una cámara estéril, fue internado en… el hospital estadounidense de Dubai, en julio de 2001, lo cual se publicó en el diario francés Le Figaro [6], información que fue desmentida por el hospital… pero que fue confirmada por el jeque Khalifa ben Zayed Al Nahyane –el actual presidente de Emiratos Árabes Unidos– quien me aseguró que él mismo visitó a Osama ben Laden en ese hospital y en presencia del jefe de la estación local de la CIA. Finalmente, Osama ben Laden recibió tratamiento en el hospital militar de Rawalpindi (Pakistán) [7], donde falleció en diciembre de 2001. Fue enterrado en Afganistán, en presencia de dos representantes del MI6 británico que redactaron un informe al respecto.
Otro hecho indiscutible que contradice la versión de que Osama ben Laden se volvió contra sus empleadores de la CIA es que hasta 1999 –o sea, aún después de los atentados que le fueron atribuidos contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi (Kenya) y en Dar-es-Salam (Tanzania)– ben Laden seguía teniendo una oficina de relaciones públicas en Londres. Fue desde esa oficina que ben Laden lanzó su Llamado a la Yihad contra los judíos y los cruzados.
Por otra parte, durante años hemos visto y oído videos y grabaciones de audios del supuesto Osama ben Laden, aunque se trataba de personas tan diferentes que sólo pueden equivocarse quienes desean ser engañados: los expertos suizos del Instituto Dalle Molle de inteligencia perceptiva, utilizado por los grandes bancos en casos muy delicados de identificación de personas, son rotundos en ese sentido. Esos videos y grabaciones son falsos –incluso el que fue divulgado por el Pentágono, donde el propio Osama ben Laden supuestamente reclamaba la autoría de los atentados del 11 de septiembre– y no corresponden al verdadero Osama ben Laden. El reconocimiento facial y vocal, que en aquella época era una especialidad muy específica, es actualmente una técnica corriente. Usted mismo puede verificarlo con programas informáticos disponibles en diferentes plataformas.
Después de la muerte real de Osama ben Laden, Ayman al-Zawahiri pasó a ser el nuevo emir de al-Qaeda. Después de los atentados del 11 de septiembre, Al Zawahiri –quien había supervisado el asesinato del presidente egipcio Anwar el-Sadat– vivió durante años en la embajada de Estados Unidos en Bakú, la capital de Azerbaiyán [8]. Al menos en aquella época, Ayman al-Zawahiri estaba bajo la protección del US Marine Corps. Hoy se ignora su paradero, pero nada demuestra que haya dejado de tener protección estadounidense.
En su alocución sobre la caída de Kabul, el presidente Joe Biden dijo que Estados Unidos no estaba en Afganistán para construir un Estado sino sólo para luchar contra el terrorismo.
La «lucha contra el terrorismo» es una fórmula que viene repitiéndose desde hace 20 años, lo cual no quiere decir que tenga una significación válida. El terrorismo no es un adversario de carne y hueso sino una forma de lucha. En ciertas circunstancias, todos los ejércitos del mundo pueden llegar a recurrir al terrorismo. Durante la guerra fría, ambos bloques lo utilizaron ampliamente contra su adversario.
Desde que el presidente estadounidense George Bush hijo proclamó la «guerra contra el terrorismo» –una especie de “guerra contra la guerra”– el uso de esa estrategia militar ha crecido sin cesar. Cuando se habla de «terrorismo», las opiniones públicas de Occidente piensa en los atentados cometidos en algunas de sus grandes ciudades, pero lo más grave sucedió con la creación de algunos pequeños Estados terroristas en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente)… hasta que se instauró el siniestro Emirato Islámico –o sea, Daesh, también llamado Estado Islámico del Levante (EIL) o designado en inglés como Islamic State of Iraq and the Levant (ISIL) o Islamic State of Iraq and Syria (ISIS) o simplemente Islamic State (IS). Ahora pasamos a un «Emirato Islámico de Afganistán».
Los afganos, iraquíes, libios y los sirios creyeron al principio en la narrativa estadounidense sobre lo que estaba sucediendo… pero ya no se hacen ilusiones. Al cabo de 20 años de guerra, esos pueblos han entendido que a Estados Unidos no le interesa el bienestar de sus países. Washington no lucha contra el terrorismo sino que crea, financia y arma grupos que practican el terrorismo.
Los presidentes de Estados Unidos, Joe Biden, y de Francia, Emmanuel Macron, se dedican a un juego sorprendente cuando abordan la «toma de Kabul» por los talibanes.
Según Biden y Macron, «los dirigentes políticos afganos abandonaron y huyeron del país. El ejército afgano se derrumbó, a veces sin tratar de luchar». Pero ¿cómo huyeron esos dirigentes afganos? En aviones militares de países occidentales. En cuanto a que el ejército afgano «a veces» no trató de luchar… es más bien lo contrario: el ejército afgano «a veces» trató de luchar. Es importante que sepamos que las fronteras de Afganistán estaban entre las más seguras del mundo: los soldados de Estados Unidos registraban la identidad de todos los viajeros utilizando medios electrónicos sofisticados, principalmente el reconocimiento personal a través del iris del ojo.
El ejército afgano contaba 300 000 hombres –o sea, más soldados que las fuerzas armadas de Francia– entrenados por Estados Unidos, Francia y otros países occidentales. Además, sus hombres disponían de armamento y de material de guerra sofisticados. Toda la infantería afgana disponía de chalecos blindados y de equipamiento personal de visión nocturna. La fuerza aérea afgana era muy competente. Los talibanes, al contrario, no pasaban de 100 000 combatientes –o sea eran 3 veces menos numerosos– en sandalias y con simples fusiles kalachnikov y no tenían aviación… pero parece que ahora si la tienen y con pilotos que aparecieron de no se sabe dónde. Si hubiese habido combates, los talibanes seguramente habrían sido derrotados.
El cambio de régimen en Afganistán ya se había decidido cuando Donald Trump aún estaba en la Casa Blanca. Pero el presidente Joe Biden modificó el calendario para manipular la historia. Biden utilizó el tiempo extra para instalar bases militares en los países vecinos y desplegar al menos 10 000 mercenarios, movilizó el ejército turco –que ya estaba presente en Afganistán pero que nadie menciona a pesar de que ya ha reclutado al menos 2 000 yihadistas provenentes de Idlib (Siria)… y todavía sigue reclutando.
Es muy importante recordar que durante la guerra contra los soviéticos en Afganistán, el hoy presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ya era miembro de la Hermandad Musulmana y jefe de una milicia turca –la Milli Gorus, que hoy abre mezquitas en Alemania y Francia. Como miembro de la Hermandad Musulmana y jefe de la Milli Gorus, Erdogan fue a arrodillarse, literalmente, ante Gulbuddin Hekmatyar, el líder afgano de la Hermandad Musulmana y futuro primer ministro de Afganistán. Posteriormente, el propio Hekmatyar juró fidelidad a al-Qaeda, lo cual no le impidió presentarse como candidato a la elección presidencial afgana en 2019, bajo la protección de Estados Unidos.
Los aliados occidentales de Estados Unidos ya estaban sacando a sus ciudadanos de Afganistán desde hace meses. Creían que tendrían tiempo de repatriarlos antes del 11 de septiembre, o al menos antes de la medianoche del 30 de agosto. Pero Washington decidió otra cosa al escoger el 15 de agosto, día de la fiesta nacional de la India, lo cual debe interpretarse como una advertencia al gobierno indio: Washington no ve con agrado que los pastunes del hoy fugitivo presidente afgano Ashraf Ghani sean reemplazados por los del emir Akhundzada cuando Estados Unidos respalda a otras etnias.
Las escenas de pánico que hemos visto en el aeropuerto de Kabul, nos recuerdan las que se vieron en Saigón, a raíz de la derrota de Estados Unidos en Vietnam. Es, en efecto, un fenómeno idéntico. Los afganos que intentan huir colgados de los aviones no son precisamente traductores de las embajadas occidentales sino agentes de la “Operación Omega”, iniciada bajo la presidencia de Barack Obama [9]. Son miembros de la «Khost Protection Force (KPF) y de la Dirección Nacional de Seguridad (NDS) y se encargaban de torturar y asesinar afganos que se oponían a la ocupación extranjera. Esos elementos cometieron tantos crímenes que los talibanes, en comparación con ellos, son almas inocentes [10].
En poco tiempo, veremos un panorama muy diferente en Afganistán.
Estados Unidos no ha perdido absolutamente nada en Afganistán porque Washington no quiere que la paz vuelva a ese país. A los políticos de Washington no les interesa el millón de muertos que su guerra de 20 años provocó en Afganistán. Sólo quieren que la región siga siendo inestable, que ningún gobierno sea capaz de controlar allí la explotación de sus riquezas naturales. El objetivo de Washington es que las empresas, de cualquier país desarrollado que vengan, tengan que aceptar la protección de Estados Unidos para poder explotar las riquezas afganas.
Ese es el esquema del mundo globalizado que Hollywood ha popularizado: la imagen de un mundo globalizado protegido por un muro y cuyas fuerzas especiales se encargan de proteger los yacimientos de riquezas en regiones “salvajes”.
Esa estrategia fue concebida por Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de George Bush hijo, y el almirante Arthur Cebrowski, quien antes había informatizado las fuerzas armadas de Estados Unidos. El 11 de septiembre de 2001, esa estrategia pasó a ser la “ideología” del estado mayor estadounidense, antes de ser divulgada más ampliamente por Thomas Barnett, el ayudante del almirante Cebrowski, en su libro The Pentagon’s New Map [11].
Ese es el cambio de paradigma que el presidente Bush hijo calificó de «guerra sin fin». Con esa expresión, George W. Bush quería decir que Estados Unidos libraría una lucha interminable contra el terrorismo… o más bien que Estados Unidos utilizaría eternamente grupos terroristas para destruir toda forma de organización política en los países de esas regiones.
Sí, hay compañías chinas que ya explotan minas en Afganistán, pero ahora tendrán que pagar a Estados Unidos… y si no lo hacen serán blanco de atentados terroristas. Es cierto que eso se parece al pago de “protección” que exigen los grupos gansteriles en barrios con muy altos niveles de delincuencia… ¿y qué?
¿Recuerdan cuando la Primera Dama de Estados Unidos, Laura Bush, nos hizo llorar contando la historia de niñas afganas masacradas por los talibanes por haberse atrevido a pintarse las uñas? La verdad es muy diferente.
Cuando el consejero de seguridad nacional del presidente Carter, Zbigniew Brzezinski, y el jefe de la inteligencia francesa para el exterior, Alexandre de Marenches, apoyaron a los islamistas afganos –en 1978–, los dos estaban combatiendo a los comunistas… que abrían escuelas para las niñas afganas. Para el estadounidense Zbigniew Brzezinski y el francés Alexandre de Marenches era más importante luchar contra los aliados de la URSS que favorecer los derechos humanos. Hoy en día, el presidente estadounidense Joe Biden y su secretario de Estado Antony Blinken propician el regreso de los talibanes a Kabul porque consideran que controlar las riquezas naturales del Medio Oriente ampliado es más importante que preservar los derechos humanos. Los estadounidenses ya hicieron lo mismo en Irak, en Libia y en Siria.
Estados Unidos no sólo apoyó a los islamistas en los países en guerra. También los puso en el poder en Pakistán, con el general Mohamed Zia-ul-Haq, miembro de la Hermandad Musulmana, para que ese país sirviera de retaguardia a los islamistas antisoviéticos de Afganistán. El general Mohamed Zia-ul-Haq derrocó la democracia, ahorcó al presidente Zulfikar Alí Bhutto e instauró la sharia en Pakistán. En los años 1990, la hija de Alí Bhutto, Benazir Bhutto, llegó a ser primer ministro y acabó asesinada por los talibanes en 2007.
Es inútil pasar en revista aquí todos los crímenes que la “contrainsurgencia” occidental perpetró en Afganistán, basta con ver el pánico de sus colaboradores en el aeropuerto de Kabul.
Si bien el islamismo y el laicismo han sido ampliamente utilizados para manipular a los afganos y engañar a la opinión pública en Occidente, el hecho es que la vida política afgana no se basa en tales conceptos sino, primeramente, en las divisiones étnicas. En Afganistán existen unas 15 etnias diferentes y la más numerosa, la etnia pastún, está también fuertemente implantada en Pakistán. Afganistán sigue siendo un país tribal donde no existe el concepto de nación. Otras etnias cuentan con apoyo de otros países de la región en los que también están implantadas.
Según el presidente francés Emmanuel Macron:
«El Presidente Jacques Chirac decidió, desde octubre de 2001, la participación de Francia en la acción internacional, por solidaridad con nuestros amigos y aliados estadounidenses que acababan de sufrir un espantoso ataque en su suelo. Con un objetivo claro: combatir una amenaza terrorista que apuntaba directamente a nuestro territorio y al de nuestros aliados desde Afganistán, convertido en santuario del terrorismo islamista» [12].
Esa argumentación es una manera, característica de Francia, de ocultar un conflicto. En octubre de 2001, el presidente francés Jacques Chirac se opuso enérgicamente a que el ejército francés participara en la ocupación de Afganistán por parte de los anglosajones. Jacques Chirac no autorizó más despliegue que en el marco de la resolución 1380 del Consejo de Seguridad de la ONU. Los soldados franceses estaban ciertamente bajo las órdenes de la OTAN, pero sólo en el marco de la Fuerza Internacional de Asistencia y Seguridad (FIAS), sólo participaban en la asistencia a la reconstrucción, no hacían prisioneros sino que arrestaban ocasionalmente combatientes que entregaban de inmediato al gobierno afgano.
Fue el presidente Nicolas Sarkozy quien modificó la actuación de los militares franceses y convirtió a Francia en cómplice de los crímenes de Estados Unidos. Es por eso que Francia está sacando de Afganistán a miembros de la «Khost Protection Force (KPF) y de la Dirección Nacional de Seguridad (NDS). Por supuesto, eso tendrá un precio para Francia.
[1] «Alocución de Joe Biden sobre Afganistán», por Joseph R. Biden Jr., Réseau Voltaire, 16 de agosto de 2021.
[2] Dans le secret des princes, Christine Ockrent y Alexandre de Marenches, Stock, 1986.
[3] «Brzezinski: «Sí, la CIA entró en Afganistán antes que los rusos…», por Zbigniew Brzezinski, Le Nouvel Observateur (Francia), Red Voltaire, 15 de enero de 1998.
[4] «La Liga Anticomunista Mundial, internacional del crimen», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 20 de enero de 2005.
[5] El autor conversó en 2003 con un oficial del KGB que participó en aquella operación.
[6] «La CIA a rencontré Ben Laden à Dubaï en juillet» (en español, “La CIA se reunió con ben Laden en Dubai, en julio”), por Alexandra Richard, Le Figaro, 31 de octubre de 2001.
[7] «Hospital Worker: I Saw Osama», CBS Evening News, 28 de enero de 2002.
[8] Classified Woman: The Sibel Edmonds Story: A Memoir, Sibel Edmonds, 2012.
[9] Obama’s Wars, Bob Woodward, Simon & Schuster, 2010.
[10] «Armed Governance: the Case of the CIA-Supported Afghan Militias», Antonio De Lauri y Astri Suhrke, in Afghanistan: Militias Governance and their Disputed Leadership. Taliban, ISIS, US Proxy Militias, Extrajudicial Killings, War Crimes and Enforced Disappearances, Musa Khan Jalalzai, Vij Books India Pvt Ltd, 2020.
[11] «La doctrina Rumsfeld-Cebrowski», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 25 de mayo de 2021.
[12] «Allocution d’Emmanuel Macron sur l’Afghanistan», por Emmanuel Macron, Réseau Voltaire, 16 de agosto de 2021.
FUENTE: https://www.voltairenet.org/article213768.html